Tengo pocas dignas formas de aventurarme
Un alboroto de palabras al borde del sueño
detrás del velo, donde quedan sólo los ojos.
Por lo que, lo poco ocurrido, a veces, parece relevante.
Como esa mañana detrás de la vidriera, o del lado que se espera estar,
tras un escritorio.
Mañana de sol/ edad presunta / como el tiempo, desde antes
escribía anotando algo, alguna cosa en estado de escritura
/suelo trabajar escribiendo y también hacer que trabajo, anotando alguna cosa
miré del otro lado, y estaba loquillo
/ hace años de años de esta historia, no lo conocía, no sabía qué pedía,
ni de su locura, hasta
que estuvo a la vista
se acercó a la puerta y algo dijo.
¿Pidió? Pido. No entendí. No escuché lo que decía, mi sordera ya era incipiente
o quizá comenzaba entonces a bloquear lo externo de utilidad profunda.
Dijo.
No entendí.
Impávida, en la vidriera lo vi insultarme y repetir con fuerza: puta.
PUutaaa!
Rígido y aplastando la ñata, como gozando el insulto y levantando los brazos a alejarse
de un yo papel, alcanzando la vibración de los dedos hacia en cuerpo.
Quizá sea eso el recuerdo, lo eventual que como tal surge, y fuerza el hábito,
lo que creemos nos mantiene con vida, / hasta que parece correr riesgo,
entonces, tememos.
El viernes lo mostraron caído/ boca abajo en la plaza. Sin zapatos/ Sin frío / Volado
en silencio sordo / sobre vuelo de un pueblo vociferando/ desgarrado en cruzadas
¡Murió loquillo! ¡Murió Loquillo! Ojos ciegos velo negro asfixiados
¡Murió Loquillo!
PUutoos
Nos vistió la mirada,
y nos calzó los zapatos.