domingo, 7 de junio de 2015

Felicitas (3) fragmento


La galería de Feli, escenario de este encuentro, no sé si debo decir encuentro, o duelo, duelo histórico en una una galería larga como para dos autos, galería que hasta hoy nunca pudo llenar, a diferencia de nosotros, vecinos, a los que nos falta galería para tanto auto, autos de los que reniego, porque hoy día, ya saben,  hijos e hijas van creciendo y es así, cada uno quiere su auto, si se puede, sus electrónicos, que terminan perdiéndose en el desuso porque al nuevo, al que le sigue le incorporan la máquina que hace no mucho más que seis meses atrás les era indispensable para la vida, existencia sin la cual no se existe.
 Esa mañana, la galería vista desde aquí, parecía haberse transformado en una corriente de transferencias donde toda la información que allí se volcase sería lo único, lo cierto, con noes y síes donde solo el intercambio equilibrado de las partes nos volvería despiertos de ojos y no caritas de emoticones pasajeros que sólo nos dibujamos para congratular con la otra, yo los veía, y debo confesar mi entusiasmo por poder ver a Feli.
Una Feli que muy antes de Mónica, observado la cortina a la luz de la tarde, comprendió el espacio, igual que Uds., tela que puesta al hueco sin luz o contra del entramado, no quedaba más que ventana
Y a esa hora, de la siesta, cuando solo la transcendencia de las partículas de tierra es lo que importa, pero mamá limpia decía la nena, no te hablo de eso le dijo el hermano, siempre hay tierra o partículas, no sé; eh? No te entiendo; no, no ves la corriente.   

-¿Agua?
- No. ¿Qué? (tic)

 Mónica, comenzó sin repetir a explicar en pocas, poquísimas palabras, que querían saber si ella tenía algo, alguna cosa que tenga, si ella tiene…y se calló.
Galletitas, por ejemplo, habrá pensado Mónica, galletitas de esas que vienen con distintas formas en un mismo paquete, o turrones, de los turrones escolares que ahora usan algunas mujeres, aunque no tenía esta mujer cara de turrones, podría estar pensando, pero sí de alguna moneda para turrones, mientras Feli se suspendió en reiterado alerta de rendimiento y eso de la lengua vino, por el gesto, a su pensamiento. Pensamiento que yo no ví, sé que Uds. pensarán como puedo narrar sus pensamientos, límite de cuando nos metemos al cuento sin ser dios, ni quiero, pero conociendo a Feli como a nadie, más que a mí, o porque era mía, y porque había dejado de ser de todos para ese entonces, y hablaba, para algunos terriblemente, sola, o igual a tantos.
Hablamos solos cuando tenemos a otra enfrente, primero habla una, después el otro, otra, respetando los tiempos de un ejercicio aprendido desde el primer día, y sin embargo, no nos conocemos, nos quedamos en la tela y la lengua. 

Cuando subían la ribada, y vi que la chica lo había parado al muchachito con el gesto cuando vió a la mujer en la galería con el bollo de ropa en la mano para preguntar si tenía algo, algún alimento para su estómago levantado desde antes de la primera hora de la mañana de ese sábado y que no fuese ajo o cebolla por ser sábado,  ya sábado, se habrá dicho, día de higienizarse, de aprontarse para el siguiente, domingo, día de iglesia, porque desde hacía un tiempo la iglesia era otra de la obligaciones, había que ir para leer el evangelio los domingos y había que ir limpia, contó Mónica, supuse que era el hermano, no por parecidos, sino porque de haber sido su esposo, él la habría parado, aunque ella hubiese tenido que pedir, se me ocurre, y ese solo gesto de ella,  estirando la mano, el brazo, y quedarse quieta  de ahora estamos acá y  vamos a pelearla,   gesto de notable igualdad, sin vueltas, la abarcó a Feli.
Sin esa lengua, que nunca pudo sacarse de encima cuando pronuncia aquel reclamo absurdo de un primer día que le valió el desconocimiento, siempre, aunque cuando se planta tan de entrada uno tiende a pensar que no es más que un desconocimiento pasajero, pero no, nos vemos limpios, partícula, parte o no nos vemos nunca más, nunca, y menos si ella le mete la lengua en la boca, toda la lengua, profunda,  remitió él con gesto y tanto lo jodió, lo abordó, que comenzó a desconocerla y aunque les parezca pobre, aunque les parezca lejos, ellos venían de más de setenta kilómetros, para llegar al centro del pueblo, ciudad, a vender algunas de sus artesanías que, algunas tardes de sábado, sobre el final, terminaban rematando en la plaza grande o volviendo a su ritmo, y a su sitio. 
...

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