La galería de Feli, escenario de este encuentro, no sé si debo decir encuentro, o duelo, duelo histórico en una una galería larga como para dos autos, galería que hasta hoy nunca pudo llenar, a diferencia de nosotros, vecinos, a los que nos falta galería para tanto auto, autos de los que reniego, porque hoy día, ya saben, hijos e hijas van creciendo y es así, cada uno quiere su auto, si se puede, sus electrónicos, que terminan perdiéndose en el desuso porque al nuevo, al que le sigue le incorporan la máquina que hace no mucho más que seis meses atrás les era indispensable para la vida, existencia sin la cual no se existe.
Esa mañana, la galería vista desde aquí, parecía
haberse transformado en una corriente de transferencias donde toda la
información que allí se volcase sería lo único, lo cierto, con noes y síes
donde solo el intercambio equilibrado de las partes nos volvería despiertos de
ojos y no caritas de emoticones pasajeros que sólo nos dibujamos para congratular
con la otra, yo los veía, y debo confesar mi entusiasmo por poder ver a Feli.
Una
Feli que muy antes de Mónica, observado la cortina a la luz de la tarde, comprendió
el espacio, igual que Uds., tela que puesta al hueco sin luz o contra del entramado,
no quedaba más que ventana
Y
a esa hora, de la siesta, cuando solo la transcendencia de las partículas de
tierra es lo que importa, pero mamá limpia decía la nena, no te hablo de eso le
dijo el hermano, siempre hay tierra o partículas, no sé; eh? No te entiendo;
no, no ves la corriente.
-¿Agua?
-
No. ¿Qué? (tic)
Mónica, comenzó sin repetir a explicar en
pocas, poquísimas palabras, que querían saber si ella tenía algo, alguna cosa
que tenga, si ella tiene…y se calló.
Galletitas,
por ejemplo, habrá pensado Mónica, galletitas de esas que vienen con distintas
formas en un mismo paquete, o turrones, de los turrones escolares que ahora
usan algunas mujeres, aunque no tenía esta mujer cara de turrones, podría estar
pensando, pero sí de alguna moneda para turrones, mientras Feli se suspendió en
reiterado alerta de rendimiento y eso de la lengua vino, por el gesto, a su
pensamiento. Pensamiento que yo no ví, sé que Uds. pensarán como puedo narrar
sus pensamientos, límite de cuando nos metemos al cuento sin ser dios, ni
quiero, pero conociendo a Feli como a nadie, más que a mí, o porque era mía, y
porque había dejado de ser de todos para ese entonces, y hablaba, para algunos
terriblemente, sola, o igual a tantos.
Hablamos
solos cuando tenemos a otra enfrente, primero habla una, después el otro, otra,
respetando los tiempos de un ejercicio aprendido desde el primer día, y sin
embargo, no nos conocemos, nos quedamos en la tela y la lengua.
Cuando
subían la ribada, y vi que la chica lo había parado al muchachito con el gesto cuando
vió a la mujer en la galería con el bollo de ropa en la mano para preguntar si tenía
algo, algún alimento para su estómago levantado desde antes de la primera hora
de la mañana de ese sábado y que no fuese ajo o cebolla por ser sábado, ya sábado, se habrá dicho, día de
higienizarse, de aprontarse para el siguiente, domingo, día de iglesia, porque
desde hacía un tiempo la iglesia era otra de la obligaciones, había que ir para
leer el evangelio los domingos y había que ir limpia, contó Mónica, supuse que
era el hermano, no por parecidos, sino porque de haber sido su esposo, él la
habría parado, aunque ella hubiese tenido que pedir, se me ocurre, y ese solo
gesto de ella, estirando la mano, el
brazo, y quedarse quieta de ahora
estamos acá y vamos a pelearla, gesto de notable igualdad, sin vueltas, la
abarcó a Feli.
Sin
esa lengua, que nunca pudo sacarse de encima cuando pronuncia aquel reclamo
absurdo de un primer día que le valió el desconocimiento, siempre, aunque
cuando se planta tan de entrada uno tiende a pensar que no es más que un
desconocimiento pasajero, pero no, nos vemos limpios, partícula, parte o no nos
vemos nunca más, nunca, y menos si ella le mete la lengua en la boca, toda la
lengua, profunda, remitió él con gesto y
tanto lo jodió, lo abordó, que comenzó a desconocerla y aunque les parezca pobre,
aunque les parezca lejos, ellos venían de más de setenta kilómetros, para
llegar al centro del pueblo, ciudad, a vender algunas de sus artesanías que,
algunas tardes de sábado, sobre el final, terminaban rematando en la plaza
grande o volviendo a su ritmo, y a su sitio.
...
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