viernes, 29 de enero de 2016

Cuánta falta me haría, un ventanal a la noche.




 A medianoche pensé en las palabras, y si se piensa en las palabras, apretando los ojos, y se pone a pelear la idea con la hora que se acerca, rompe un torbellino que duelen los párpados de tenerlos apretados, hasta  preguntarnos: 
¿por qué no los abro?

Por qué me resisto a ocupar la hora con otro propósito y no me permito quitarle un poco de trágico, al no descanso

Mirar la ventana, la cortina, mientras aprieta, que salta
¿cómo estar mirando la cortina a las dos de la mañana?
O ligarse a totora que siempre fue junco de rayos que se estampan
trasluz de aquello que vemos como nuestro
orilla que quisiera festejarnos de luna
mientras el andamiaje de lo aprendido no viene sino a imponerse en largo de mantis
a la primera idea,  la que se tiene cuando nos acostamos

Dormir.  
Cerrar los ojos y rumiar lo claro que parece haber quedado
                        me haría falta un ventanal a la noche.

¿Tendrán los escritores un ventanal a la noche?
Tal vez eso falte para discernir lo limpio de lo ripiado
aun sabiendo que no hay quien se pare detrás de un rectángulo a llorar
y que se llora donde a una la encuentra el llanto, en la calle, en la mesa, en la cama, por ahí, pero no en un ventanal,
aunque tenga esa cortina de armonía, la imagen de querer  pararnos, detenernos, ser sueño crepitarnos a novelón,  que no es tal, sin ella...

 Lo malo sería el vicio, fumaría uno tras otro, sin que me impregne el humo
 …fumaría mucho con mi camisón de gasa, rozando suavemente el piso,
 el cigarrillo sostenido por unos dedos largos, afinados, la cabellera acomodada ...
No! Esa sería una actriz italiana, en una película con Marcello.

Un escritor.
Un escritor estaría haciendo semicírculos con su sillón y en calzoncillos, los pies descalzos, guardando el cuidado de tirar la ceniza en el cenicero, metódico el tipo. La máquina reflejando esa sola luz en el ambiente y él sin mirar, con los ojos puestos, pero sin mirar, a lo H. Bogard...
 No, no, eso sería un investigador en un thriller cualquiera.

Acurrucada.
Una poeta acurrucada en el piso, con el cigarrillo yendo y viendo de la boca aceleradamente, y pausa,
ojos a punto de aspereza, queriendo  ver que hay ahí, en las sombras,  detrás de la ventana  y entre matas,  despeinada, estirando el flequillo que quiere taparnos la vista para despejar la frente de todo prurito y olvidar   
en un segundo, la noche, la carga,  el jazmín lila
el alambrado de los vecinos        las paredes
que deberían morir, todas morir hasta ventilarnos sin marco
un ventanal lleva expropiados

pero en el cabeceo soñé,
 y estirando los brazos sobre las rodillas,  vino el muchacho del día
o el hombre, era él, estaba, yo quería, pero ya abrí los ojos y no rescato el sueño,
caí otra vez  despierta
de estar tensa rato y rato apretando persianas como si fuesen a pegarse
pesadas, en hilos que acometen

¡Qué maravilla que el cuerpo se independice como plomo!

El cuerpo es tan independiente de nosotros que da miedo pensarlo, quizá, se defiende.

Finalmente no pude pescar el alba, debo haberme dormido entre tanto trajín y cuando sentí el cuerpo tibio ya estaba amaneciendo.
Después, comencé el día en el lugar común: -a saber- todos los días comienzan,  hayamos dormido o no, sigamos con los sueños o no, pero un ventanal a la noche 

 Sería bueno, que se presente.

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