La idea, en principio, era sencilla.
Encontrarse a las diez, diez y media en pleno Buenos
Aires
caminar
recorrer alguna librería
comer en la primera fonda de una calle lateral
para cruzar decididos un zaguán oscuro, apenas iluminado
por el tragaluz
y sumergirse en la pieza.
Una cama sin veladores, ni mantillas
un poco de anaranjado en algún rincón
la ventana sellada a la avenida.
La tarde no sería
tarde, sino días
días enteros en unas horas
No habría relojes,
ni celulares
porque la urgencia estaría dentro
en la habitación, en los comidos.
Pero resultó que vino a complicarse con la idea del
espejo
¿Qué le dirían al espejo,
cuando al levantar la cara desde las manos
apareciesen: los ojos con brillo
y la boca gastada ?
¿Cómo vivir con la puerta abierta?
¿Y afuera, qué habría afuera?
Si la intemperie estaba ahí
encerrada entre cuatro paredes.
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