martes, 26 de noviembre de 2013

EL ODIO A LOS LIBROS



            He llegado a creer que hay gente que odia los libros. No cualquier gente, sino –¡qué triste!- gente que está cercana a ellos. Es más, gente que dice amarlos. No son todos, pero son casi la mayoría. 


Los escritores. Cosa increíble pero cierta: odian los libros. Escriben libros con fruición pero no los aman. No hacen un culto de los volúmenes, no los abren por la mitad como a un amante para sentirle el sexo. Y no leen. Posiblemente, ni los propios libros, ni los libros de los amigos, ni los best sellers, nada. Y si es un mamotreto de 500 páginas, menos. Uno no puede imaginarse que personas que merodean el ámbito de los libros sientan en el fondo (jamás lo van a reconocer) semejante aversión.

Los bibliotecarios también odian los libros. Algunos poseen vocación y un sentido afecto a los textos, pero la mayoría ha encontrado en esa ocupación una salida laboral; y las obras solo merecen catalogación, un plumero de vez en cuando, agregar los nuevos al banco de datos y tratar gélidamente a los inocentes que van en busca de un tema.

Los docentes. Me parece recordar que nunca he visto una profesora de literatura en un Encuentro de escritores o en presentaciones de libros. Es que odian la bibliografía, quizás asuman un manual, y que el Ministerio no los saque de ahí. Son maestros que dictan a alumnos que toman notas textuales. Son docentes que se atienen al programa que baja de las oficinas burocráticas, donde también hay solidarios con el desprecio eterno al libro. Suelen tener fichas. Por ejemplo:
Lugones, Leopoldo. Cba 03/06/1874 – Tigre 18/02/1938. Lunario Sentimental, La Guerra Gaucha, entre otros. Ver estante cuatro. Murió trágicamente”...


Es que el libro es el símbolo de otra época. Y el odio, recelo, desprecio, indiferencia, que despierta son la reacción de gente, mucha gente, que hizo de la vida un mundo sin libros. Es decir sin problemas. Es gente, mucha gente, que no quiere problemas. Sabe que en el diario andar habrá inconvenientes, lo que no desea es que se le agreguen otros. Si a la rutina laboral alguien suma el descubrimiento de que es posible otro mundo, a esa persona se le crea un conflicto. Si un oficinista lee en un colectivo que un personaje gris como él concluye su vida vacía, se le crea un problema serio. Si a una muchacha una novela le hace crecer alas y al levantar los ojos se encuentra presa en una ciudad cuadriculada, estará en dificultad. Esto en cuanto a la lectura de ciertos textos. Pero además el libro como objeto  está considerado una antigualla. Carece de prestigio. Cualquier chirimbolo de la última técnica es mejor visto..

Fragmentos, de Alberto Szretter

 

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